domingo, 8 de abril de 2012

Dos gotas




Larric corrió hacia el caballo lo más rápido que sus piernas le permitían. Su armadura de platino crujía tras cada zancada, y los latidos de la herida de su pierna no ayudaban en su carrera, pero tenía que llegar. De eso dependía su supervivencia, y la de su pueblo. Y no solo eso, la del reino completo, o incluso el destino de la humanidad.

Una serie de sombras se alzaban tras él, como si de una pesadilla se tratase. Pero, para su desgracia, no era una pesadilla. No esta vez. Los espectros empuñaban mazas que ondeaban en círculos sobre sus capuchas, y espadas más largas que sus propios y difusos torsos.

El malherido caballero de la Orden del Látigo echó una rápida mirada a sus espaldas, y contempló, entre jadeos, como aquellas criaturas habían recortado varios metros de distancia. Apretó el paso, y movió aún más rápido sus piernas. Debía llegar, debía alcanzar su montura y avisar al Rey Eorlhen de la presencia de los causantes del exterminio de su familia.

De todas las sombras, una de ellas parecía más terrorífica que el resto. Una línea roja perfilaba su túnica, desde la capucha hasta la cintura. Una única línea roja que entonces se dividía en mil segmentos, que descendían hasta el final de la toga, como si de mil ríos de sangre se tratasen. Blandía un hacha oscura como el azabache, y se situaba delante del resto de espectros. Gritó. Gritó hasta que consiguió atemorizar más aún al aterrorizado caballero, que cayó al suelo.

Larric rodó por la tierra embarrada hasta que finalmente paró, boca arriba. Abrió los ojos. Vió a seis túnicas vacías, que comenzaron a moverse, como si fuese parte de un ritual. Ente susurros y maldiciones en un lenguaje arcano y desconocido, hizo acto de presencia la tenebrosa figura de la túnica roja y negra. Empuñó su hacha, y la levantó.

Mientras el arma bajaba hacia la armadura del desgraciado caballero, este sintió el frío previo a la muerte en su nuca. Un escalofrío comenzó a bajar desde sus hombros hasta su cintura, llegando a esta a la vez que el hacha atravesaba su peto, y destrozaba sus costillas y sus pulmones.

Una lágrima descendió desde un ojo de Larric hasta su barbilla, uniéndose al curso de un reguero de sangre que provenía de su garganta

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